Ayer, mientras estaba sentada en el piso de la fábrica vieja de aceite que ahora llaman
Ciudad Cultural Kónex, escuchando a
Martín Buscaglia, pensaba en las nuevas modalidades de las bandas de ahora.
Por ejemplo,
Martín no sólo cantaba sino que también hacía una especie de
performance donde dialogaba con el público, rimaba al estilo de un payador modernizado, absolutamente modernizado; y usaba como instrumentos videojuegos, un joystick, unos palitos...
Me acuerdo que una vez al ver a
Doris también me había llamado la atención que usaran una bolsa de nylon como instrumento, o que
Pequeña orquesta reincidentes usara una caja de cartón.
Incluso las letras de estas bandas tienen un alto componente de vanguardia, como la de los osos panda, o la del coro de gosphel de la iglesia que se llama “Jesús is my coach”.
Me divierten esas cosas. Me parece que está bien romper con los convencionalismos, y, sobre todo, reírse de uno mismo. Porque lo que más rescato de Martín es su capacidad de burlarse de sí mismo todo el tiempo.
Y sin embargo, yo, cuando escribo, no se si estoy rompiendo con alguna estructura.
Me gustaría hacerlo, pero siento que estoy atada a algo, algo superior a mí, que no me lo permite.
(Por favor, no tomen este comentario para el lado del gnosticismo porque no intenta ser eso ni ahí).
Entonces me pongo a pensar en la pintura, y pienso en que me gusta más, si un
Malevitch o un
Renoir, y no lo se. Es más, tampoco se si se puede volver a llamar cuadro a un cuadro luego de que Malevitch pintara "
Cuadrado blanco sobre fondo blanco".
En algunas cosas me gusta lo clásico, aunque no se si justo Renoir es el mejor ejemplo. Pero hay ciertos cuadros que me provocan cosas físicas en el organismo, como alguno de
Klimt.
En realidad, uno de mis artistas preferidos es
El Bosco, un artista absolutamente avanzado para la época en que pintaba. ¿Alguien observó detenidamente “
El jardín de las delicias”?
Más allá de que se lo puede leer a ese cuadro como precursor del surrealismo, hay un alto componente orgiástico en el cuadro que uno no puede dejar de tener en cuenta.
Entonces sigo pensando en qué significa romper.
¿Qué significa que algo cambie las cosas sin que se las vuelva a tragar el mismo mecanismo de vuelta?
En el capitalismo, asistimos a una época en la que el mercado absorbe todo, hasta lo que está en contra de él. En Chile, por ejemplo, circulaba un periódico de manera
underground que se llama “
The Clinic”, que sería una especia de la “
Barcelona” nuestra. Resulta que finalmente se empezó a hacer conocido y ahora funciona como una marca, y abrieron un local en pleno barrio Providencia, que sería el casi equivalente al Palermo SOHO de acá, (intentan ser de vanguardia y fracasan, pero se siguen llamando de vanguardia), y venden remeras, llaveros, etc, con el logotipo de The Clinic. Cuestiones de mercadotecnia y merchandising...(pensar que hay gente que se pasa toda una carrera estudiando eso...).
Quizá el único invento que revolucionó fue la rueda. O el fuego. Quién sabe.
Ahora, el problema del arte es otra cosa.
Nunca me voy a poder olvidar las palabras de Adorno en la Dialéctica del Iluminismo, cuando decía que Odiseo, que había triunfado, no tenía otra salida que escuchar embelezado a las sirenas, y aplaudir.
Entonces, pocas veces podemos salir de ese círculo vicioso de artista-espectador donde la única reacción que provoca el artefacto estético en el artista (sea un cuadro, un poema, una canción, una obra de teatro, etc) en el espectador / lector es el aplauso, o el disgusto.
Pero ya no pasa que uno escucha el canto de las sirenas y se tira al mar.
Quizá existe, o existió, y yo nunca me enteré, una banda cuyas canciones provocaban efectos suicidas en quienes los escuchaban, pero no creo.
Estaría bueno quizá pensar en el sick art que nos describe Pauls en El pasado, ya que Riltse sería el artista que conjuga en sí mismo el papel de víctuma y verdugo.
Bueno, eso es todo lo que me acuerdo de lo que pensaba ayer mientras escuchaba Martín Buscaglia...