¿Qué tiene que hacer uno cuando se le caen las estructuras?*
Repito: la consigna era clara.
Y hoy, esa frase me hace ruido: ¿La mitad de las personas que salieron a la calle a protestar mediante un cacerolazo el martes 26 de marzo tienen claro lo que estaba pasando?
Hay un poema de Laura Wittner de su libro Las últimas mudanzas que dice:
“¿Qué haces, si vas leyendo en el subte,
y por dos segundos se apaga la luz?
-Yo pestañeo........-Yo.....pestañeo”
Y yo pienso:
¿Qué haces, si estás sentada en una mesa, y discutís de política con personas y te das cuenta de que tenés diferencias irreconciliables? ¿Te tenés que dejar de sentar a la mesa?
¿Si te asusta un discurso porque te parece fascista, si a esta altura ni siquiera sabés que significa la palabra fascista, progresismo, peronismo y empezás a pensar que todas las palabras empiezan a perder sentido y se transforman en significantes vacíos?
Después de leer lo que decía Marina K. me pregunto: ¿Puedo no ser peronista y estar a favor de una medida económica? ¿Es necesario otra vez plantear todo a través de una dicotomía? Uno tiene que elegir: ¿Necesariamente es: estas de un lado o estás del otro?
No puedo sino recordar una película yanqui de esas que pasan en navidad donde la mitad tenía un cartel de “creo” en alusión a Papa Noel. Porque el problema de los binarismos es la cantidad de cosas que se dejan de lado. El problema de la verdad es que es un producto de la retórica, del discurso. ¿Tenemos que volver a la antigüedad donde el que tiene razón es el que tiene mayores argumentos para fundamentar lo que piensa?
Ayer jueves, fui al “Encuentro de Crítica y medios de comunicación” curado por Fogwill. Y en la charla sobre la crítica y los suplementos culturales a veces me pasaba que estaba de acuerdo con uno por el tipo de argumentación que utilizaba pero al instante segundo pensaba todo lo contrario.
Por eso no quiero opinar. Por eso también elegí no decir nada sobre el problema de la carta que circula (“Preferiría no hacerlo”) y la organización de eventos poéticos. Porque no tengo todas las cartas sobre la mesa para opinar.
Porque en política, se juegan cuestiones mucho más complejas que lo que se ve. Y yo no tengo los lentes, las gafas, las prótesis necesarias para ver y por lo tanto para opinar. Sí puedo opinar sobre un texto, porque materialmente está ahí, el texto. Están ahí, las palabras. Entonces puedo agarrar un libro y hacer una lectura, o al menos, tratar de hacer una lectura sobre él. Pero últimamente eso también me hace ruido...
Martín dijo algo que venía rondando en mi cabeza hace mucho pero no tenía palabras para expresarlo, (por más que sea una cosa muy simple, esos quizá son los mayores hallazgos): “Un blog es pensar en voz alta.” En realidad, sus palabras textuales fueron che, eso es el blog, pensar en voz alta. (Aclaro por las dudas, no voy a emitir opinión sobre su post, simplemente digo que me gustó esta frase...)
¿Pero qué pasa cuando no se entiende eso? ¿Qué pasa cuando se nos va de las manos la inmediatez y el haber procesado un hecho?
Porque si este post lo escribo un lunes es tarde, porque todo esto ya pasó, porque esa es la lógica del blog. Y si no hubiese escrito nada, ¿estaría diciendo “algo” también eso?.
Nunca me voy a olvidar de la frase que dijo Juana Bignozzi, (aclaro por las dudas: una poeta que yo respeto mucho) en Salida al mar: “La omisión también es política”.
Y entonces si yo no digo nada sobre lo que está pasando, si estoy dentro de una organización estatal que se ocupa de “promover el desarrollo armónico e integral de las provincias y regiones argentinas” pero de este tema no se habla, salvo en los almuerzos, donde, encima, no estoy de acuerdo con lo qué piensan la mayoría de mis compañeras, donde algunas agarraron sus cacerolas y fueron a plaza de mayo, ¿qué tengo que hacer?
Pero tampoco quiero hacer juicios de valores tan rápido, porque lamentablemente, no todo el mundo entiende que un blog sea pensar en voz alta y lo que está escrito queda escrito.
Mi amiga Vale siempre suele decir: "Uno es dueño de sus silencios, pero esclavo de sus palabras". Lo mismo pasa con lo que escribe: uno tiene que hacerse cargo de lo que dice.
Y últimamente esta pasando que se malinterpretan muchas cosas de lo que digo. Y cuando esas cosas pasan tan seguido, uno tiene que preguntarse: ¿Fui claro? Porque también puede pasar que uno cambie de opinión sobre un tema, entonces quizá lo que pasa es que uno no está tan seguro de nada.
Y hoy, a mí, se me están cayendo todas las estructuras. Todas.
La poesía, el campo. Dos sintagmas que aunque en este momento corren por carriles separados van por el mismo carril. Nuestro primer poema nacional, “La cautiva”, es un poema político. Ahora, ¿Qué quiero decir cuando digo que un poema es político? Digo que tenía un fin político. Hablar de política en un poema no necesariamente es político. Es muy complicado definir qué es la política. Se me hace complicado, me hace ruido, me hace aguas, definir que es la política cuando yo misma estoy en una organización estatal. Cuando veo ciertas cosas que pasan. Cuando también se, que prefiero trabajar en este organismo federal antes que en una empresa privada, porque cuando fui a una entrevista a la empresa Danone, por más que el sueldo que me ofrecían era mucho mejor elegí decir que no porque algo dentro de ese lugar hacía que se me cerrara la garganta. Algo negro, perverso, quizá difícil de explicar pero que servía para explicarme que si uno tiene alergia a las cosas es mejor estar lejos de ellas. O buscar soluciones temporales, por lo menos.
Paradoja de una chica de letras: soy alérgica a los libros viejos. Y entonces, lamentablemente, tengo que resignar la biblioteca de mi mamá, comprar libros nuevos y hacerme la idea de que hay libros que jamás voy a poder leer.
Pero entonces vuelvo a preguntarme ¿Para qué sirve la poesía?
Porque hoy todo me hace ruido, hasta eso. Me acuerdo de un poema que escribí que se llama "La vigilia" cuyos últimos versos eran estos:
Los ojos abiertos
no le temen a la oscuridad
sino a algo más negro.
Respira en una bolsa
de plástico
guarda el aire, el aire como un tesoro
si sostiene la bolsa no se asfixia.
Y hoy me pasa que vuelvo a tener ese miedo, un miedo a algo indiferenciado, a un sistema perverso tan perverso que ni siquiera puedo definir a que le tengo miedo.
La poesía que yo hago es intimista. Me vuelvo a preguntar ¿Tiene algún valor lo que escribo? ¿Se puede hablar de valor cuando hablamos de poesía?
No se puede negar la realidad, no se puede obviar lo que está pasando alrededor de uno. Pero tampoco se puede repetir un discurso progresista vacío. Hay algo en la sociedad que nos hace pensar que los intelectuales frente a un hecho de ciertas magnitudes tienen que salir a dar su opinión. Y después es más fácil pegarle a esos intelectuales porque de todo lo que dijeron hay un renglón que nos molesta, hay una frase, un hecho que no es verosímil o hay un dato que puede no llegar a ser correcto. (cuando uso la palabra intelectual me refiero a intelectuales Orgánicos, como pueden ser, esté de acuerdo o no con lo que dicen, Pavlosky, Sarlo, Viñas).
Semanas atrás, cuando me llegó un mail con un reclamo sobre la “seguridad” convocando a una marcha para lograr eso lo primero que tuve ganas de hacer fue de escribir un cuento. Un cuento sobre una nena y su madre, donde a la madre lo único que le preocupa es que la nena sea “pulcra”, que no llegue tarde, que esté siempre en las cuatro paredes de su casa, que no la toquen, que no la contaminen. Mientras todo esto pasa, la nena se muere de anorexia y la madre no se da cuenta. Porque pensé en escribir ese cuento en alegoría de lo que está pasando, pero sin la explicación de la alegoría. No repetir la operación de Echeverría con “El matadero”. ¿La seguridad debería ser lo esencial en la agenda política si la mitad de la publicación se está muriendo de hambre?
Leyendo El factor Borges, de Alan Pauls, aprendí una lección muy valiosa. Todo depende del contexto. Entonces la literatura puede servir para otras cosas.
Es complicado pensar en todo lo que está pasando. Porque es muy difícil tomar postura, saber de que lado elige ponerse uno. (Aclaro, por las dudas, estoy en contra del paro, eso sí es seguro). En el encuentro de "Crítica..." de ayer, que, al margen, coincido con Di Napoli en eso de “el carácter totalmente novedoso de la fórmula “invitación especial” en esta ciudad en lo que atañe a eventos culturales financiados con fondos públicos” alguien (no me acuerdo quién), decía que para él cuando uno lee una crítica sobre un texto debe poder entrever la ideología del crítico por detrás, es decir, que línea estética está defendiendo. Y es verdad que actualmente muy poca gente suele hacer eso.
Lo malo que tiene el blog es que la inmediatez no deja tiempo para pensar, para procesar las cosas, que es lo opuesto que pasa cuando uno escribe poemas, o, al menos, cuando yo escribo poemas. Los escribo de un tirón quizá, pero después los dejo reposar, los corrijo, los dejo reposar y así sucesivamente hasta que llega un día en que los termino. O quizá, nunca los termino del todo y por eso los publico, para parar de corregir.
Hay palabras que resuenan que hacen ruido blanco. Me parece que lo que tiene el arte, que no tiene la ciencia, es el poder de adelantarse al futuro.
Este post no quiere decir nada, transmite simplemente, las confusiones de una chica a la cual se le cayeron todas las estructuras.
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