Te he visto ondulando bajo las cucardas, penosamente, trabajosamente, pero sé que mañana serás del aire.
Hace mucho supe que no eras un animal terminado y como entonces arrodillado y trémulo te pregunto: ¿sabes que mañana serás del aire? ¿te han advertido que esas dos molestias aún invisibles serán tus alas? ¿te han dicho cuánto duelen al abrirse o sólo sentirás de pronto una levedad, una turbación y un infinito escalofrío subiéndote desde el culo?
Tú ignoras el gran prestigio que tienen los seres del aire y tal vez mirándote las alas no te reconozcas y quieras renunciar, pero ya no: debes ir al aire y no con nosotros.
Mañana miraré sobre las cucardas, o más arriba. Haz que te vea, quiero saber si es muy doloroso el aligerarse para volar. Hazme sabersi acaso es mejor no despejar nunca la barriga de la tierra.
Había que reescribir un poeta en el marco de la guerra civil española. Elegí a Luis Cernuda. Sin embargo, en vez de usar su libro Las nubes (1937), que trata sobre la guerra civil española, decidí trabajar con los libros Perfil del aire (1927), Égloga, Elegía, Oda (1928), Un río, un amor (1929), Los placeres prohibidos (1931) Donde habite el olvido (1934) y Desolación de la quimera (1962), todos de fuerte temática erótica-amorosa. Intenté, así, interpolar fragmentos de su obra para hacer un poema que pudiera enmarcarse en la experiencia de la guerra y de esta forma, generar un contraste entre Eros y Tánatos, mostrar como la muerte y el erotismo la mayoría de las veces van juntos. Tomando versos de poemas que hablaban sobre la fatalidad del deseo, intenté armar un poema que hablara de la angustia provocada por la devastación de la guerra.
UNA PREGUNTA
I.
Una pregunta cuya respuesta no existe, una hoja cuya rama no existe, un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos, remonta por las venas hasta abrirse en la piel.
Así como en la roca nunca vemos leve es la parte de la vida que como dioses rescatan los poetas. El odio y destrucción perduran siempre.
La plaza sola (gris el aire, negros los árboles, la tierra manchada por la nieve)...
entonces, ante el umbral, dijiste:
viviendo aquí serías fantasma de ti mismo.
Mira cómo la luz amarilla de la tarde se tiende con abrazo largo sobre la tierra.
No tiene esta o aquella forma, no puede detenerse en criatura alguna;
no es en vosotros donde la vida está sino en la tierra.
Dejadme, dejadme abarcar, ver unos instantes como lo soy yo mismo, como lo fueron otros cuerpos adolescentes mutilados, cataratas de manos que fueron un día flores en el jardín de un diminuto bolsillo.
Tu mano hacia donde yazcan los hombres olvidados. Tus ojos frente a lo nunca antes visto: la eternidad en tiempo, el silencio de un mundo que ha sido.
II
Yo no te conocía, tierra; con los ojos inertes, la mano aleteante, lloré todo ciego bajo tu verde sonrisa, como huracán henchido aquí en el pecho; ignorándote, tierra mía, ignorando tu alentar, huracán o tumulto, no son sino tú misma; los vivos, los muertos, la miseria, el poderoso estúpido.
Mis brazos, tierra son ya más anchos para llevar tu afán que nada satisface.
La tierra negra sin árboles ni hierba, tiene esta o aquella forma, no puede detenerse en criatura alguna; todas son por igual viles y soñadoras.
Sólo en ti misma encuentro tierra mía nimbos de juventud, sobre cuerpos cobrizos.
No es en vosotros donde la vida está, sino en la tierra, en la tierra que aguarda, aguarda siempre con sus labios tendidos, con sus brazos abiertos.
Como la arena, tierra, como la arena misma, tu sola quedas.
Pero así no me basta: más allá de la vida, quiero decírtelo con la muerte; más allá del amor, quiero decírtelo con el olvido.
Tierra, tierra. Una forma perdida.
II.
No comprendo. Con prisa errante pasan, muertos en la leyenda duermen las formas posibles de la vida en un sueño sin sueños.
¿No les comprendo? ¿O acaso les comprendo demasiado? Antes que en estas formas evidentes, de brusca carne y hueso, súbitamente rotas prontas a reflejar la idea de los dioses.
Y regreso de ellos a los vivos, como quien va del manantial latente al río que sin pulso desemboca.
No comprendo a los hombres. Mas algo en mí responde los animales, las hojas y las piedras: todo es cuestión de tiempo.
Un tiempo cuyo ritmo no se acuerda, de nuestro tiempo humano corto y débil, de tierra que pugna por ser ala y alcanzar aquel muro del espacio.
Si el tiempo de los hombres y el tiempo de los dioses fuera uno, en medio de estos cuerpos casi contemporáneos, vivos de modo diferente al de mi cuerpo...
Sólo quiero mi brazo sobre otro brazo que otros ojos compartan lo que miran los míos: el abismo blanco la sombra según nueva medida
y en mi temblor humano reminiscencias muertas.
Nunca han de comprender.
Mi lengua como tormenta que ha pasado para hacer de mi voz, mi valentía...
cuán míos habrán de ser los hombres venideros en este alejamiento humano.
Cómo domo mi miedo dando al olvido inútiles desastres: escuchar la lluvia que orina en la tiniebla helada de la calle.
Algo débil en mí susurra entonces, ¿fueron sobre la tierra convocados por esto sólo? ¿hay más? y si lo hay ¿adónde hallarlo?
No conozco otro mundo si no es este, mundo primitivo a que hemos vuelto de tiniebla y de horror. III.
El cuerpo sigue en pie y las voces aún giran...
Donde habite el olvido, donde yo sólo sea memoria de una piedra sepultada . Donde mi nombre deje ausencia leve como carne de niño. Donde no exista. esa gran región donde el ángel esconda su ala.
Mientras crece el tormento, allí donde termine este afán sin más horizonte disuelto en niebla.
Allá, allá lejos; donde habite el olvido.
El frío está naciendo y es el cielo más hondo. . Aquí no existe el sueño silencioso de la muerte. Todavía la vida se agita entre estas tumbas, como una prostituta. Prosigue su negocio bajo la noche inmóvil. Así también mi tierra la he perdido.
la vainilla de mi leche infantil se estira en su grumo hacia el vómito yo continúo limándome las uñas me las pinto con esmalte caro en el baño sentada en la taza esperando arrojar sólo arrojar adentro un azulejo velludo agujerea confesiones de mis cuerdas y yo
mientras
en mi casa pasea una bestia lo sabía desde el olor a crimen en el vaso de noche destila su pelaje flota yo cierro los ojos desaparece sigo con la tráquea en la mano expúlsame grita en el estómago expulsa me y escribo de cabeza con la mano vendada esperando que salga para que me coma de una buena vez
luego
comienzo a rasguñarme la pintura de uñas fresca se pega a los cachetes me araño el rostro vertical qué payasa me dice el espejo una broma puebla su hocico qué hermosa la estatua de pelos la bestia emerge desde mi boca
Paula Ilabaca
Los podés escuchar mañana en SALIDITA/ Lecturas de poesía y narrativa
Nos visitan: Héctor Hernández, Paula Ilabaca y Felipe Becerra (Chile), Paloma Romano (Bolivia) De Bs As leen Antonio González Mendiondo, Florencia Castellano y Cristian De Nápoli.
A las 19.30, en la Casa de la Lectura, Lavalleja 924.