Una pregunta
Había que reescribir un poeta en el marco de la guerra civil española. Elegí a Luis Cernuda.
Sin embargo, en vez de usar su libro Las nubes (1937), que trata sobre la guerra civil española, decidí trabajar con los libros Perfil del aire (1927), Égloga, Elegía, Oda (1928), Un río, un amor (1929), Los placeres prohibidos (1931) Donde habite el olvido (1934) y Desolación de la quimera (1962), todos de fuerte temática erótica-amorosa.
Intenté, así, interpolar fragmentos de su obra para hacer un poema que pudiera enmarcarse en la experiencia de la guerra y de esta forma, generar un contraste entre Eros y Tánatos, mostrar como la muerte y el erotismo la mayoría de las veces van juntos. Tomando versos de poemas que hablaban sobre la fatalidad del deseo, intenté armar un poema que hablara de la angustia provocada por la devastación de la guerra.
UNA PREGUNTA
I.
Una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel.
Así como en la roca nunca vemos
leve es la parte de la vida
que como dioses
rescatan los poetas. El odio
y destrucción
perduran siempre.
La plaza sola (gris el aire,
negros los árboles, la tierra
manchada por la nieve)...
entonces, ante el umbral, dijiste:
viviendo aquí serías
fantasma de ti mismo.
Mira cómo la luz amarilla de la tarde
se tiende con abrazo largo
sobre la tierra.
No tiene esta o aquella forma,
no puede detenerse en criatura alguna;
no es en vosotros donde la vida está
sino en la tierra.
Dejadme, dejadme abarcar, ver unos instantes
como lo soy yo mismo,
como lo fueron otros cuerpos
adolescentes mutilados,
cataratas de manos que fueron un día flores
en el jardín de un diminuto bolsillo.
Tu mano hacia donde yazcan
los hombres
olvidados.
Tus ojos frente a lo nunca antes visto:
la eternidad en tiempo,
el silencio de un mundo que ha sido.
II
Yo no te conocía, tierra;
con los ojos inertes, la mano aleteante,
lloré todo ciego bajo tu verde sonrisa,
como huracán henchido aquí en el pecho;
ignorándote, tierra mía,
ignorando tu alentar, huracán o tumulto,
no son sino tú misma;
los vivos, los muertos,
la miseria, el poderoso estúpido.
Mis brazos, tierra
son ya más anchos
para llevar tu afán que nada satisface.
La tierra negra sin árboles ni hierba,
tiene esta o aquella forma,
no puede detenerse en criatura alguna;
todas son por igual viles y soñadoras.
Sólo en ti misma encuentro
tierra mía
nimbos de juventud,
sobre cuerpos cobrizos.
No es en vosotros donde la vida está,
sino en la tierra,
en la tierra que aguarda, aguarda siempre
con sus labios tendidos,
con sus brazos abiertos.
Como la arena, tierra,
como la arena misma,
tu sola quedas.
Pero así no me basta:
más allá de la vida,
quiero decírtelo con la muerte;
más allá del amor,
quiero decírtelo con el olvido.
Tierra, tierra. Una forma perdida.
II.
No comprendo. Con prisa errante pasan,
muertos en la leyenda
duermen las formas posibles de la vida
en un sueño sin sueños.
¿No les comprendo? ¿O acaso les comprendo
demasiado?
Antes que en estas formas
evidentes, de brusca carne y hueso,
súbitamente rotas
prontas a reflejar la idea de los dioses.
Y regreso de ellos a los vivos,
como quien va del manantial latente
al río que sin pulso desemboca.
No comprendo a los hombres. Mas algo en mí responde
los animales, las hojas y las piedras:
todo es cuestión de tiempo.
Un tiempo cuyo ritmo no se acuerda,
de nuestro tiempo humano corto y débil,
de tierra que pugna por ser ala
y alcanzar aquel muro del espacio.
Si el tiempo de los hombres
y el tiempo de los dioses
fuera uno,
en medio de estos cuerpos casi contemporáneos,
vivos de modo diferente al de mi cuerpo...
Sólo quiero mi brazo sobre otro brazo
que otros ojos compartan lo que miran los míos:
el abismo blanco
la sombra
según nueva medida
y en mi temblor humano
reminiscencias muertas.
Nunca han de comprender.
Mi lengua como tormenta que ha pasado
para hacer de mi voz, mi valentía...
cuán míos habrán de ser los hombres venideros
en este alejamiento humano.
Cómo domo mi miedo
dando al olvido inútiles desastres:
escuchar la lluvia
que orina en la tiniebla helada de la calle.
Algo débil en mí
susurra entonces,
¿fueron sobre la tierra convocados
por esto sólo?
¿hay más?
y si lo hay ¿adónde hallarlo?
No conozco otro mundo si no es este,
mundo primitivo a que hemos vuelto
de tiniebla y de horror.
III.
El cuerpo sigue en pie
y las voces aún giran...
Donde habite el olvido,
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada .
Donde mi nombre deje
ausencia leve como carne de niño.
Donde no exista.
esa gran región donde el ángel
esconda su ala.
Mientras crece el tormento,
allí donde termine este afán
sin más horizonte
disuelto en niebla.
Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.
El frío está naciendo y es el cielo más hondo. .
Aquí no existe el sueño silencioso
de la muerte. Todavía la vida
se agita entre estas tumbas, como una prostituta.
Prosigue su negocio bajo la noche inmóvil.
Así también mi tierra la he perdido.
Videopoema
Sin embargo, en vez de usar su libro Las nubes (1937), que trata sobre la guerra civil española, decidí trabajar con los libros Perfil del aire (1927), Égloga, Elegía, Oda (1928), Un río, un amor (1929), Los placeres prohibidos (1931) Donde habite el olvido (1934) y Desolación de la quimera (1962), todos de fuerte temática erótica-amorosa.
Intenté, así, interpolar fragmentos de su obra para hacer un poema que pudiera enmarcarse en la experiencia de la guerra y de esta forma, generar un contraste entre Eros y Tánatos, mostrar como la muerte y el erotismo la mayoría de las veces van juntos. Tomando versos de poemas que hablaban sobre la fatalidad del deseo, intenté armar un poema que hablara de la angustia provocada por la devastación de la guerra.
UNA PREGUNTA
I.
Una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel.
Así como en la roca nunca vemos
leve es la parte de la vida
que como dioses
rescatan los poetas. El odio
y destrucción
perduran siempre.
La plaza sola (gris el aire,
negros los árboles, la tierra
manchada por la nieve)...
entonces, ante el umbral, dijiste:
viviendo aquí serías
fantasma de ti mismo.
Mira cómo la luz amarilla de la tarde
se tiende con abrazo largo
sobre la tierra.
No tiene esta o aquella forma,
no puede detenerse en criatura alguna;
no es en vosotros donde la vida está
sino en la tierra.
Dejadme, dejadme abarcar, ver unos instantes
como lo soy yo mismo,
como lo fueron otros cuerpos
adolescentes mutilados,
cataratas de manos que fueron un día flores
en el jardín de un diminuto bolsillo.
Tu mano hacia donde yazcan
los hombres
olvidados.
Tus ojos frente a lo nunca antes visto:
la eternidad en tiempo,
el silencio de un mundo que ha sido.
II
Yo no te conocía, tierra;
con los ojos inertes, la mano aleteante,
lloré todo ciego bajo tu verde sonrisa,
como huracán henchido aquí en el pecho;
ignorándote, tierra mía,
ignorando tu alentar, huracán o tumulto,
no son sino tú misma;
los vivos, los muertos,
la miseria, el poderoso estúpido.
Mis brazos, tierra
son ya más anchos
para llevar tu afán que nada satisface.
La tierra negra sin árboles ni hierba,
tiene esta o aquella forma,
no puede detenerse en criatura alguna;
todas son por igual viles y soñadoras.
Sólo en ti misma encuentro
tierra mía
nimbos de juventud,
sobre cuerpos cobrizos.
No es en vosotros donde la vida está,
sino en la tierra,
en la tierra que aguarda, aguarda siempre
con sus labios tendidos,
con sus brazos abiertos.
Como la arena, tierra,
como la arena misma,
tu sola quedas.
Pero así no me basta:
más allá de la vida,
quiero decírtelo con la muerte;
más allá del amor,
quiero decírtelo con el olvido.
Tierra, tierra. Una forma perdida.
II.
No comprendo. Con prisa errante pasan,
muertos en la leyenda
duermen las formas posibles de la vida
en un sueño sin sueños.
¿No les comprendo? ¿O acaso les comprendo
demasiado?
Antes que en estas formas
evidentes, de brusca carne y hueso,
súbitamente rotas
prontas a reflejar la idea de los dioses.
Y regreso de ellos a los vivos,
como quien va del manantial latente
al río que sin pulso desemboca.
No comprendo a los hombres. Mas algo en mí responde
los animales, las hojas y las piedras:
todo es cuestión de tiempo.
Un tiempo cuyo ritmo no se acuerda,
de nuestro tiempo humano corto y débil,
de tierra que pugna por ser ala
y alcanzar aquel muro del espacio.
Si el tiempo de los hombres
y el tiempo de los dioses
fuera uno,
en medio de estos cuerpos casi contemporáneos,
vivos de modo diferente al de mi cuerpo...
Sólo quiero mi brazo sobre otro brazo
que otros ojos compartan lo que miran los míos:
el abismo blanco
la sombra
según nueva medida
y en mi temblor humano
reminiscencias muertas.
Nunca han de comprender.
Mi lengua como tormenta que ha pasado
para hacer de mi voz, mi valentía...
cuán míos habrán de ser los hombres venideros
en este alejamiento humano.
Cómo domo mi miedo
dando al olvido inútiles desastres:
escuchar la lluvia
que orina en la tiniebla helada de la calle.
Algo débil en mí
susurra entonces,
¿fueron sobre la tierra convocados
por esto sólo?
¿hay más?
y si lo hay ¿adónde hallarlo?
No conozco otro mundo si no es este,
mundo primitivo a que hemos vuelto
de tiniebla y de horror.
III.
El cuerpo sigue en pie
y las voces aún giran...
Donde habite el olvido,
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada .
Donde mi nombre deje
ausencia leve como carne de niño.
Donde no exista.
esa gran región donde el ángel
esconda su ala.
Mientras crece el tormento,
allí donde termine este afán
sin más horizonte
disuelto en niebla.
Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.
El frío está naciendo y es el cielo más hondo. .
Aquí no existe el sueño silencioso
de la muerte. Todavía la vida
se agita entre estas tumbas, como una prostituta.
Prosigue su negocio bajo la noche inmóvil.
Así también mi tierra la he perdido.
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