miércoles, enero 31, 2007

Inspirado en un post de Ling

Existimos porque hay un otro que nos configura.

Escribimos porque hay un otro que nos lee.

Ling dice:
Toda escritura termina siendo un hecho social, de la misma manera que empieza siéndolo. Siempre está el Otro ahí. Aunque sea el Yo Mismo releyendo.

Siempre nos va a quedar esa duda flotando, ¿Para quién escribo?

Porque lo que importa es lo que provoca la escritura.

A mí me pasa que leo a ciertos escritores y me agarra piel de gallina.

Entonces como saber lo que le va a provocar a ese otro lo que uno escribe.

Ahí sí, se pierden las certezas.
Porque por suerte, existimos a base de las diferencias.
Ahí me pongo un poco derridiana (Perdoná Jaqués por abusar de tu apellido pero justamente eso sirve para explicar mi teoría de como necesitamos de un otro).

Porque siempre hay alguien que lo dijo antes que nosotros, mejor o peor, que nos va a servir para articular en vocablos lo que estaba intacto en nuestra parte dormida del cerebro.

Alguna frase que leamos que nos guste y nos parece que era lo que estábamos pensando en ese momento pero nunca la hubiéramos podido expresar de ese modo.

Entonces para mí todo este post se resume en algo que dijo Deleuze hace mucho, que podría haber dicho un otro ahora, en este mismo instante, con otras palabras, aunque no se si con la misma fuerza.

"La diferencia es el alfa y omega del universo"

martes, enero 30, 2007

Escribo y lloro

Escribo y tengo ganas de llorar.
Tengo ganas de llorar porque me doy cuenta de que esto es lo que quiero hacer.
No importa si sea poesía, si sea un blog, un diario, un artículo, un ensayo, quiero escribir porque sí.

De todas las cosas que hago, siempre me llenan más las palabras.

Voy a una muestra de Battle Planas y me gusta la frase que escribe más que los cuadros.
Ojo, los cuadros también.
Me hace pensar que antes la poesía estaba más asociada a la pintura y ahora ya no es tan así.

"Ut pictura poiesis" ya fue.

Mis primeros « poemas », los de los dieciseis, eran esbozos surrealistas donde agaraba un cuadro de Dalí y escribía a partir de él.

Leo una frase de Jorge Amado que dice que ya sabe que una vez que escribe sus palabras no son más de él. Para un estudiante de letras o ciencias sociales afines esto no es novedad, puesto que todo el que haya leído un poco Foucault o Derridá ya sabe que sus palabras apenas las escribe son de otro.
Pero hay algo que dijo Jorge que me llegó.
Y es que en el momento en que las escribe son de uno.

Aunque todo ya haya sido dicho.
La combinación de sintagmas es de uno.
La dispocisión de los vocablos es de uno.
El placer de escribir es de uno.

Y ese momento tan placentero que sólo los escritores sienten, es algo único.

(La autoproclamación de escritora es más por el sentimiento compartido que por la calidad de los poemas que escribo)

Por eso lloro. Porque me gusta escribir.

lunes, enero 29, 2007

Entrecortes de oficina

No soy de las que les gusta hablar de las vacaciones. Me gusta guardarme los recuerdos para mí. Los retazos de la gente que conozco se adhieren a mi retina, algunos quedan, otros se van.

Igual, hay cosas que no se borran.

No me voy a olvidar de una Hannah que conocí en Guatemala, en Semuc Champey.
Esa sensación de desborde, de marginalidad que entibia los huesos.

Me acuerdo que le tiré las cartas y visualicé un pasado negro que no me animé a decirle.
Vi un tunel.
Juro que lo vi.
Fue la primera vez que el tirar el tarot se convirtió en algo sinestético donde la visión que tuve fue intensa.

Me asuste y no le dije nada. Le hable de otras cosas. Le dije cosas que se acercaban a lo que veía pero no todo. Finalmente terminó llorando y contándome todo.

Aunque no se qué es todo.

Tampoco sé que es lo que le puede contar una chica inglesa de 22 años que estudia literatura, a punto de terminar y especializarse en literatura rusa, a una chica argentina que en ese momento no era feliz porque no estudiaba literatura, pero cuyo sueño era ir a Rusia también.

Cada una siguió su camino, pero el nombre Hanna aún resuena en mi.
Son esas amistades esporádicas e intensas que sólo se consiguen y desaparecen en un instante; que sólo ocurren en un viaje.

Ella había ido a limpiar su pasado oscuro, a purificarse en un ashram en el medio del lago atitlán.
Me vi reflejada en su mirada triste.

A veces siento que había más de ella en mí de lo que puedo admitir.


Entonces Centroamérica quizá sí fue un viaje que me marcó.

Fui a lugares casi no turísticos.
Me intoxiqué tres veces por comer porquerías en la calle.
Dormía en cuartos cuyas sábanas de hotel parecían virulana.

Pero era feliz.

Viajar sola es distinto.

Viajé durante un tiempo con unos gringos (no tan gringos porque si deciden conocer Honduras es que algo en la mente tienen) y el único español que hablaba era con la gente local, tanto que cambió mi acento.
“Español neutro” le dirían ahora que se puso de moda la novela venezolana o colombiana.

Me acuerdo irme con una bolsa de plástico con sábanas (parecía un dibujito animado) con un pescador en un kayako a Cayos Cochinos, una isla paradisíaca sin la infraestructura que afea esas islas. Sería como un Cancún, al que en ese viaje por Centroamérica decidí no ir, pero sin hoteles. Entonces sola en esa isla sólo con los garífunas (así se llaman los nativos de ciertas islas en honduras) llegué empapada a Cachos Cochinos, con mi bolsita de sabanas en la mano.

Todo porque había leido en una revista de National geograpich que ese lugar era un paraíso y patrimonio de la humanidad y la única forma de llegar no entraba en mis planes porque había que pagar como cincuenta dólares para ir er un barco, pasar dos horas y volver. Y en ese viaje ese dinero era lo que me alcanzaba para vivir más de una semana.

Entonces convencí a un pescador que me llevara (todo gracias a la heterogeneidad cultural que hacía que el pescador me viera como una "Belleza exótica" o "más bella que un billete de un millón de dólares".)

Como en esos viajes uno pierde la noción del tiempo, no se cuanto me quedé.
Quizá un día, quizá dos, quizá tres.

Pasaba el tiempo entre leer, hacer snorkel que me prestaban los garífunas, jugaba con los niños en la playa, los ayudaba a juntar caracoles para que después se los vendieran a los turistas canarios, comer pescado, así con cabeza, espinas y todo, acompañado con banana frita.

No se porque termino hablando de CentroAmérica que es un viaje que hice hace dos años, antes de mudarme a vivir sola.

Quizá porque en este verano en una noche de borrachera empecé a contar algunas anécdotas y locuras que hice en ese viaje y me dieron ganas de escribir.

I´m back

Creo que lo que hacen las vacaciones es reconfirmarme que soy distinta al resto de la gente. Mientras para muchos es el tiempo más fructífero para leer un libro, yo aprovecho para descansar la vista.

Entre el peso de la mochila, de la bolsa de dormir que llevé al pedo porque nuestras ganas de aventura y de ecoturismo se esfumaron con la posibilidad de ser un bicho en la playa (tan al pedo no porque el día que dormimos en la terminal por suerte tenía una bolsa de dormir encima), poco tiempo quedó para leer.

Pienso que animal puedo poner para que sirva como metáfora de esas vacaciones donde se vacía la conciencia, donde se reposa de un año de desborde cultural, donde leí demasiados libros y necesitaba descansar la mente.

No pensar en nada. En nada. Parar de crear proyectos para dedicarme a full a uno, ese que en un post había anunciado, que se va dibujando solito, como con tizas indelebles que toman color con el transcurso del tiempo.

domingo, enero 07, 2007

En el hoyo

Si hay algun esquizofrénico como yo que escribe borracho luego de salir o hay alguien que lee esto antes del domingo a la tarde recomiendo esta película:

En el hoyo
(México 2006) de Juan Carlos Rulfo

México DF es enorme, la ciudad más grande del mundo. Para atravesarla, los conductores deben recorrer avenidas muy anchas y larguísimas. Ahora tienen también “el Periférico”, una avenida que va por arriba de las casas, por el medio de la ciudad. Y el Periférico, además, sumó otro piso. Abajo van los coches en una dirección. Arriba, hacia otra. Si los dos pisos del del Periférico son un impacto urbanístico que cualquier visitante de la ciudad de México puede ver, En el hoyo permite meterse en su construcción. U justamente En construcción de José Luis Guerín puede servir como comparación. Hay algo en la respiración del segundo largometraje de Juan Carlos Rulfo que remite a la paciencia para observar del director catalán, a su capacidad para encontrar esa magia cotidiana que puede haber en la vida de una ciudad. Los obreros de esta construcción, cuya confianza ganó la atenta e inspirada cámara de Rulfo, son los apasionantes protagonistas humanos de En el hoyo. El gran personaje, sin embargo, es la ciudad de México. El “DF” se hace omnipresente en el tránsito y en el sonido de la obra, y se hace inolvidable en el hermoso y futurista plano final.

Domingo 7 de enero a las 17:00

Corazonadas de sábado por la noche

Estar borracha me pone verborrágica.

Entonces entre la mezcla del vino de jarra y mis ganas de hablar que finalmente se transforman en escritura, en trozos de aire encapsulado en caracteres; escribo esto y me doy cuenta de que me gusta más la poesía que la prosa porque me gusta escribir así de un tirón, crear imágenes que no tienen sentido, unir palabras porque suenan lindas.

Así, porque me gusta.

Y entonces me da ganas de escribir de un tirón como Jack Kerouack, esa escritura sin puntos ni comas sin pausa con historias y anécdotas y cosas y cosas que hace que uno no deje de leer.

Ahora estoy leyendo Los subterráneos todo porque Deleuze dijo que le parece que es la mejor novela de amor jamás escrita. Y entonces pienso en el post de Diego de que es una mentira esto de la muerte del autor y creo que en parte tiene razón.

¿Puede ser tan fuerte esta figura que no sólo devoramos las obras que el autor escribió, sino las que leyó?

Si yo ayer alquilé Kaos, de los hermanos Taviani, todo porque Arturo un día me dijo: "¿Cómo no viste Kaos?", y la verdad, tenía razón. Pero no tengo ganas de hablar de la película, sólo sé que quiero ir a Italia y reencontrarme con mis ancestros y con la familia que todavía me queda allá.
Me acuerdo que justo hoy, tomando mante, F. me dijo que quizá nosotras nos parecíamos físicamente porque las dos éramos descendientes de italianas. Quien sabe. Quizá.

Lo único que sé es que fue una buena noche.
Pequeña orquesta reincidentes en el Planetario.
Y no importa si llueve porque bailamos y saltamos entonces no importa mojarnos.
Parrilla, vino de jarra, y darme cuenta de que no quiero crecer y quiero siempre tener ese espíritu de que no se acabe la noche. A las tres todos agotados dicen vamos a dormir pero yo quiero seguir entonces salgo con R. y con D. y por suerte porque D. me dice que conoce a M. que me sirve para un proyecto que tengo para el año que viene.
Tengo una corazonada de que va a salir bien. Porque el otro día en el bar de Susana, en esa parte hermosa de Parque Chacabuco donde sería hermoso vivir con familia y con hijos pero más adelante, mucho más adelante, les conté a mis amigos y les gustó, y quizá se prendan y lo hagan conmigo. Y entonces vuelvo a reconfirmar mi hipótesis de que la poesía es algo colectivo y sonrío. Porque mi balance del año es que quiero hacer esto el año que viene, este proyecto que empezó con aire en mi cabeza y se fue volviendo corpóreo hasta que me decidí a que lo voy a hacer.
Y pienso que me gusto mucho el balance que escribir Ling y que es verdad que el amor existe. Ahora lo que me falta es encontrarlo.