El árbol que se ve desde mi ventana
Vacaciones
dos días puede ser un montón de tiempo,
o ¿cómo se fija una unidad mínima
de sentido o quién?
Estoy de vacaciones,
sentada en el borde de una reposera
vestida y mitad preocupada
mitad superadísima
¿no lo ves? las palabras superan
(inmensamente) a la matemática:
desde adentro de la cabeza
modifican la realidad.
Otras veces bastan latidos, superstición.
Acaba de cruzarse un gato negro
y me acuerdo de Mau, rebobinándose,
no sabría precisar la cantidad de pasos que…
los números están por todos lados ahí afuera, escapándose.
Esto empieza en el medio del frío de una noche
empujo un carro de bebé,
empiezo in media res
el frío pegado a mi piel como una sanguijuela que deja
Su silueta en la herida
Las ruedas avanzan veloces, heladas, feroces,
estamos a unas cuadras de nuestro destino:
una morada coyuntural,
una cabaña con un portón
pensada para dar inicio
a nuestra vida de a cuatro.
Hay humedad de hielo,
dos cuadras: para mí son el desierto.
El bebé va dormido en el camino
eso me da tranquilidad, ya puedo
restar del conjunto el brillo que deja el rocío
lo que me hace temblar.
Para protegerlo, le puse Manta y ahora,
que lo veo envuelto, ya no recuerdo
la sensación de verlo indefenso
"quiero mantenerte en este sueño nómade"
Todo lo que busco es mantener
y eso requiere apresurarse lento.
Avanzamos porque nos empuja
la inercia de una ola mansa
y de pronto detenemos la vista en él,
radiación pura divina desde su asiento
ajeno pero sin remedio
entregado a nosotros
confiando en nosotros
confiándonos al tiempo
esclavos del futuro y de todo lo condenable
que le va a tocar ver,
de todos nuestros errores
naturales y concretos.
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