Non è vero che la Natura sia mutta

Pensaba en mis vacaciones.

Pensaba en lo que vi y en lo que viví. Es raro porque no soy muy elocuente cuando hablo de ello. Cuento la mitad de las cosas, el resto todavía las sigo procesando. Fue un viaje muy interno también. De resolver las cosas que tengo que hacer este año. Y releyendo a Elizabeth Bishop me paro en este verso: “¿Deberíamos habernos quedado en casa pensando en ese lugar?” y creo que no, que fue bueno irse. Que quiero irme un tiempo afuera del país. Lo primero que se me viene a la mente es Italia. Me quiero ir allá a traducir poetas. O irme por el solo hecho de irme. Estar un rato fuera de casa, para después volver.

Recuerdo mis primeras lecciones de la economía, cuando aprendí que era la deflación. Y hoy yo, después de años de inflación, estoy en ese estado de estancamiento que se llama deflación. Algunos dicen que es incluso más peligroso porque no se nota, y luego todo se cae de golpe.

Pensaba en qué es lo que nos hacen los viajes, como esa sensación de búsqueda dirigida que uno tiene aunque no sabe que va a buscar. Es como que en los viajes la parte infinitesimal new age que todos tenemos se nos abre y tomamos ciertas cosas insignificantes como señales.

Residir no es lo mismo que ser turista. Pero hay algo de irse que da miedo. Como si fuese mucho lo que tenemos para perder por no estar.

Metáforas estúpidas: una balanza, un rompecabezas; ninguna imagen lúcida. Y otra vez la banalidad de escribir.

Charlas al regreso donde las cosas cambian. Todavía miedo de volver a verlo.
Hay palabras que no tienen traducción. Se van a quedar en mí.