La sintaxis del aire
Battilana, gran poeta, lo dijo mejor que yo:
El arte puede ser frágil y promover una cierta incertidumbre. Sin embargo, Leonardo Favio nos recuerda que el arte tiene una parte de certidumbre irreductible que trasciende la cultura y que se conecta con una verdad fundada en la respiración. A ramalazos, el aire de su voz se filtra en la música y escande los versos de sus canciones. Las imágenes de su cine son capaces de trazar una parábola que remite a una verdad repartida en varias escalas: de la narración ascética de Crónica de un niño solo hasta el desborde cargado de reminiscencias de futuro en Soñar, soñar. Frente a un film imposible en el momento de su estreno, el arte de Favio evoca la naturaleza del arte en general, su carácter de anticipación. Frente a lo ilegible del presente, Favio, en el film que tuviera a Carlos Monzón como protagonista, nos muestra la convicción de un artista, entendiendo por esto no una verdad cegada de certidumbre, sino un movimiento inevitable que tiene en "la sensación" un origen corporal: el movimiento de una fluencia. La fluencia, por ejemplo, de un relato lleno de gravedad y de sangre que nos conduce a uno de los mejores films del cine argentino como es El romance del Aniceto y la Francisca. Escuchar la voz grave de Favio, intuir la gravedad de una separación que evoca, imaginariamente, la despedida del verano, remite también al arte de Pablo Dacal. Cantar sin previa explicación, cantar con amor, cantar con tiempo. La voz de Dacal interpretando "Fuiste mía un verano" conduce otra vez al origen de la respiración, ésa que nos dice que el aire tiene una sintaxis, y que ser fiel a ella es anterior a cualquier convención.
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