El niño argentino
¿Se puede realizar una crítica sin emitir juicio de valor?
¿Se puede reconocer el valor de una obra a pesar de que a uno no le gustó?
Domingo. 21: 00 hs. Complejo Teatral presidente Alvear.
No empezó del todo bien: Imposible no tener juicio de valor sobre un teatro en el que muchas de las obras que vi tenían una puesta en escena defectuosa; ni hablar de “La ópera de tres centavos” de Bretch.
El niño argentino, de Kartum.
Una parodia a la gauchesca, o a la burla de la gauchesca.
Principio tedioso, con versos chabacanos que se encabalgan y riman.
Un tonito pretencioso para el niño argentino, imprescindible para el teatro del grotesco.
Buenos actores, excelente manejo corporal.
La escena fluye en un ritmo monocorde que sólo a veces logra pegar sobresaltos.
Ya el canon de la literatura argentina del siglo XX desplazó a la gauchesca por ser una ficción, una creación artificial impulsada por un aparato ideológico civilizatorio.
¿Qué pasa cuando se intenta desplazar ese desplazamiento?
Quizá no entendí el fin ulterior: Es un intento de..... O no tracé las constelaciones necesarias, como con El niño proletario, de Lamborghini
Benjamin dijo “Advirtamos no más que marginalmente que no hay mejor punto de arranque para el pensamiento que la risa” o “El teatro épico sólo es opulento suscitando carcajadas” y yo no me río, ni entiendo de qué se ríe tanto la mitad de la gente que está adentro de la sala.
Entonces ¿Qué hago?
Pero recuerdo con más detalle a Benjamin, a su planteo de que toda obra sólo tiene sentido cuando se reflexiona sobre las condiciones de producción de la misma. Ahí sí, entonces, cobra sentido la puesta: cuando el personaje compungido dice “Si yo fuera autor teatral.....”.
Empieza el cuestionamiento sobre el fin de la obra, sobre la posibilidad de hacer un acto en versos para contar la historia de Achalay. Y en esa imposibilidad de contar esa historia, en ese anacronismo periférico, vemos que se alcanza el efecto deseado.
Y entonces nos preguntamos
¿Se trata de la mirada del dramaturgo épico?
¿Se puede reconocer el valor de una obra a pesar de que a uno no le gustó?
Domingo. 21: 00 hs. Complejo Teatral presidente Alvear.
No empezó del todo bien: Imposible no tener juicio de valor sobre un teatro en el que muchas de las obras que vi tenían una puesta en escena defectuosa; ni hablar de “La ópera de tres centavos” de Bretch.
El niño argentino, de Kartum.
Una parodia a la gauchesca, o a la burla de la gauchesca.
Principio tedioso, con versos chabacanos que se encabalgan y riman.
Un tonito pretencioso para el niño argentino, imprescindible para el teatro del grotesco.
Buenos actores, excelente manejo corporal.
La escena fluye en un ritmo monocorde que sólo a veces logra pegar sobresaltos.
Ya el canon de la literatura argentina del siglo XX desplazó a la gauchesca por ser una ficción, una creación artificial impulsada por un aparato ideológico civilizatorio.
¿Qué pasa cuando se intenta desplazar ese desplazamiento?
Quizá no entendí el fin ulterior: Es un intento de..... O no tracé las constelaciones necesarias, como con El niño proletario, de Lamborghini
Benjamin dijo “Advirtamos no más que marginalmente que no hay mejor punto de arranque para el pensamiento que la risa” o “El teatro épico sólo es opulento suscitando carcajadas” y yo no me río, ni entiendo de qué se ríe tanto la mitad de la gente que está adentro de la sala.
Entonces ¿Qué hago?
Pero recuerdo con más detalle a Benjamin, a su planteo de que toda obra sólo tiene sentido cuando se reflexiona sobre las condiciones de producción de la misma. Ahí sí, entonces, cobra sentido la puesta: cuando el personaje compungido dice “Si yo fuera autor teatral.....”.
Empieza el cuestionamiento sobre el fin de la obra, sobre la posibilidad de hacer un acto en versos para contar la historia de Achalay. Y en esa imposibilidad de contar esa historia, en ese anacronismo periférico, vemos que se alcanza el efecto deseado.
Y entonces nos preguntamos
¿Se trata de la mirada del dramaturgo épico?
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